Vuelta a radicar en Panamá, en el casco antiguo de la ciudad, Zaira decide que tiene que hacer algo para devolverle la mano a su país. Recuerda su infancia en provincias, donde el mayor parque de diversiones era el patio de su casa, jugaba a cocinar las pepitas de marañón y a reciclar las latas, cartón, etc. Este entorno despertó su creatividad, así como también la conciencia hacia el cuidado del medio ambiente. Inspirada en la naturaleza, los materiales nobles de Panamá y la cultura local, Zaira empezó la búsqueda de artesanos en áreas remotas panameñas para plasmar su idea. Fuera del cultivo de frutas, vegetales y granos, no había mucho trabajo en estas comunidades, sin embargo se seguía la tradición del tejido de piezas de junco y bellota. En uno de los senderos de la montaña Zaira conoce a la señora María Paula y empieza con ella el proceso de experimentación de teñido y tejido de las fibras. La labor de Zaira renueva el trabajo de los artesanos y mantiene la identidad cultural panameña. Los artesanos reconocen este gran aporte que Zaira ha entregado a la comunidad: “… es que usted no sabe!.. aquí han venido mucha gente, nos han ofrecido el cielo y la tierra, se han quedado dos días y luego se iban, la señora Zaira ha sido la única que ha venido y se ha quedado”.